La magia de dar
Dar a otros parte de tu dinero, conocimiento, tiempo, amor, etc. es una manera inmediata y loable de alimentar tu alma.
Diversos estudios publicados en revistas médicas y de psiquiatría han comprobado que cuando das una ayuda a otro aumentas tus niveles de dopamina, que es un neurotransmisor relacionado con el placer y la gratificación. Además, sentirte útil te ayuda a liberar tensiones físicas y emocionales, por lo que mejora tu salud integral también.
Hay quienes piensan "no tengo tiempo para ayudar, apenas me alcanza el tiempo para mi trabajo y las responsabilidades con mi familia". La falta de tiempo no tiene que ser un impedimento. En la oficina, en la calle, en cualquier momento, puedes regalar una sonrisa; dar un saludo de verdad, o sea, prestando atención a la respuesta del otro; darle un minuto de tu tiempo para escucharlo; felicitar a un compañero por su trabajo.
Tal vez no te das cuenta de todo lo que das o de todo lo que puedes dar. Hay muchas formas: enviar un mensaje a alguien (pero un mensaje tuyo de verdad, no las cadenas impersonales); hacer una llamada para decir "te llamo sólo para darte un abrazo por aquí"; sostenerle la puerta a alguien para que pase; decir un cumplido; ofrecer llevar a alguien que no tenga carro; darle el asiento a otro en el transporte público; sorprender con un café; hacer una donación; regalar caramelos en la oficina; decir una oración o plegaria por un amigo o por el amigo de un amigo.
Dar una ayuda como voluntario da enormes satisfacciones. Piensa que puedes ayudar en instituciones que se encargan de niños sin hogares, de ancianos, etc.
Límites sanos
Como siempre, el equilibrio es beneficioso. Hay personas que parecieran vivir sólo para ellas, sin ayudar nunca a nadie. Mientras, hay quienes se desviven por los demás, no se sienten con derecho a decir no, se sacrifican por los otros y no tienen vida propia. Si una persona sólo vive para ayudar a otros y no pone límites, se agota y puede terminar resentida. Se convierte en el Salvador, ese que da ayuda sin que se la pidan, se entromete demasiado con la escusa de "sólo quería ayudarte" y muchas veces su ayuda no es lo que realmente necesita el otro.
Dar al otro es también darle la oportunidad de que se sienta valioso, útil y capaz de hacer las cosas por sí mismo. Como reza el dicho: enseñar a pescar más que dar el pescado. Por eso, cuando verdaderamente no quieras dar, date a ti mismo el permiso de decir no, así también estás ayudando al otro, siendo auténtico tú y dándole la oportunidad al otro de que resuelva de distinta manera.
Algunas personas sólo dan por compromiso, por obligación, por temor al qué dirán. Hay quienes dan por la gran alegría de dar, porque han hecho del dar, del servicio a otros, su manera de vivir, su misión de vida. Cuando uno da de corazón se llena de la satisfacción de haber hecho lo correcto, ¡nos colma la alegría de ver el alivio y el cambio en el otro! Es realmente gratificante ayudar a otros. Es como dicen en metafísica: todo lo que das se te devuelve. Cuando das con amor, se te devuelve amor.
Ayuda a otros, recuerda que ese otro también es parte de la humanidad, es parte de lo que tú eres. Si nos ayudamos más los unos a los otros, avanzamos todos. Recordemos que en el otro también está Dios.
Hay quienes piensan "no tengo tiempo para ayudar, apenas me alcanza el tiempo para mi trabajo y las responsabilidades con mi familia". La falta de tiempo no tiene que ser un impedimento. En la oficina, en la calle, en cualquier momento, puedes regalar una sonrisa; dar un saludo de verdad, o sea, prestando atención a la respuesta del otro; darle un minuto de tu tiempo para escucharlo; felicitar a un compañero por su trabajo.
Tal vez no te das cuenta de todo lo que das o de todo lo que puedes dar. Hay muchas formas: enviar un mensaje a alguien (pero un mensaje tuyo de verdad, no las cadenas impersonales); hacer una llamada para decir "te llamo sólo para darte un abrazo por aquí"; sostenerle la puerta a alguien para que pase; decir un cumplido; ofrecer llevar a alguien que no tenga carro; darle el asiento a otro en el transporte público; sorprender con un café; hacer una donación; regalar caramelos en la oficina; decir una oración o plegaria por un amigo o por el amigo de un amigo.
Dar una ayuda como voluntario da enormes satisfacciones. Piensa que puedes ayudar en instituciones que se encargan de niños sin hogares, de ancianos, etc.
Límites sanos
Como siempre, el equilibrio es beneficioso. Hay personas que parecieran vivir sólo para ellas, sin ayudar nunca a nadie. Mientras, hay quienes se desviven por los demás, no se sienten con derecho a decir no, se sacrifican por los otros y no tienen vida propia. Si una persona sólo vive para ayudar a otros y no pone límites, se agota y puede terminar resentida. Se convierte en el Salvador, ese que da ayuda sin que se la pidan, se entromete demasiado con la escusa de "sólo quería ayudarte" y muchas veces su ayuda no es lo que realmente necesita el otro.
Dar al otro es también darle la oportunidad de que se sienta valioso, útil y capaz de hacer las cosas por sí mismo. Como reza el dicho: enseñar a pescar más que dar el pescado. Por eso, cuando verdaderamente no quieras dar, date a ti mismo el permiso de decir no, así también estás ayudando al otro, siendo auténtico tú y dándole la oportunidad al otro de que resuelva de distinta manera.
Algunas personas sólo dan por compromiso, por obligación, por temor al qué dirán. Hay quienes dan por la gran alegría de dar, porque han hecho del dar, del servicio a otros, su manera de vivir, su misión de vida. Cuando uno da de corazón se llena de la satisfacción de haber hecho lo correcto, ¡nos colma la alegría de ver el alivio y el cambio en el otro! Es realmente gratificante ayudar a otros. Es como dicen en metafísica: todo lo que das se te devuelve. Cuando das con amor, se te devuelve amor.
Ayuda a otros, recuerda que ese otro también es parte de la humanidad, es parte de lo que tú eres. Si nos ayudamos más los unos a los otros, avanzamos todos. Recordemos que en el otro también está Dios.